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De mi madre aprendí…i
Que aquello que se busca generalmente
está donde debería estar, pero la prisa lo esconde.
Por eso sólo hay que pararse.
Pensar. Y volver a mirar donde ya se había mirado.
Probablemente aparezca. Y más si
ella está contigo.
Que una sonrisa es la mejor carta
de presentación. Y además, es contagiosa.
A educar la paciencia y entender que cada cosa necesita su tiempo.
Para que una flor nazca, hay que regarla todo el año y tratarla con cariño.
Y es difícil orientarse en medio de una tormenta: mejor esperar a que escampe antes de tomar una decisión.
A pegarme una “jartá” de reir o comer una “mijita” de tarta.
A hacer bizcocho de limón y bufandas de punto.
Que la ilusión es capaz de derribar paredes y la dulzura es una llave capaz de abrir casi cualquier puerta.
La constancia y la dedicación son medicinas de tratamiento lento, pero si estas ahí y te gusta lo que haces, es probable que te conviertas en una pieza indispensable.
A juzgar a la gente por dentro. Todo el mundo es susceptible de ser guapo, o en su defecto “bonico”.
Que los libros son la manera más
maravillosa de viajar a lugares lejanos y conocer a gente extraordinaria, y
escribir puede ser la única manera de poner en orden lo que te pasa por dentro.
Que la cocina tiene un solo secreto:
la paciencia.
Si la pierdes, se te corta la
mayonesa.
Que los niños son los mejores
maestros, porque muchas veces ellos ven lo que nosotros no somos capaces.
La única manera de aprender es
equivocándose, cayéndose y volviéndose a levantar; y la mejor manera de enseñar
es permitiendo las equivocaciones.
Pero sobre todo, a entender que
hay infinidad de maneras de querer, y solo tienes que encontrar la tuya.
Y querer sin condiciones.
Muchas Felicidades Mamá.
Y gracias.
Gracias a tí, mi niña